Como un
huracán, Irene pasó por las habitaciones llena de una rabia incontenible,
destrozándolo todo. Se juró comenzar una nueva vida, sin insultos ni
vejaciones.
Al llegar
al portal pensó por última vez en su casa; la imaginó sucia, caótica y
desordenada. En aquel instante, le sobrevino a la mente el convencimiento de
que él se pondría furioso cuando volviera. De forma automática, Irene dio media
vuelta, tomó el ascensor y subió de nuevo hasta el piso. Se apresuró a
limpiarlo todo, con pulcritud, antes de que su hombre regresara.
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