Cuando a Eva se le acabaron las lágrimas decidió poner fin a
su matrimonio. Con la cabeza alta y el paso decidido, se dirigió al dormitorio,
abrió el falso cajón junto a la cama de matrimonio, empuñó la pistola, y sin
vacilar enfiló hacia el salón. Se situó a menos de un metro, y sin pestañear
descerrajó un único, certero e inapelable disparo entre pleno corazón. Era el
último favor que le hacía a su marido. “A fin de cuentas un cuadro con una
historia detrás se vende mejor, que se lo digan a Cela y a su Miró rasgado”.
Dejó el arma aún humeante y se marchó con lo puesto. Para el viaje de la
libertad no necesitaba alforjas.
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