La vio cruzar la calle en rojo, taconeando con prisas sobre
las rayas blancas del paso de peatones. Su atuendo iba a conjunto con la
infracción: zapatos rojos, gabardina roja, paraguas rojo. Cuando él le dio una
pitada, ella giró la cabeza en su dirección y estiró sus labios rojos con una
sonrisa enigmática.
El conductor dudó unos segundos si interpelarla. Llevaba
mucho tiempo solo. Su anterior pareja le había dejado hacía casi dos años y,
desde entonces, su apartamento era una cochambre.
Fue entonces cuando recapacitó, regañándose a sí mismo. Pisó
el embrague y continuó su ruta sin desviar la mirada. Había sido incapaz de
imaginarse a la mujer de rojo con las bolsas de la compra.
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