Nazaret enjabonaba con suavidad
la cabeza de doña Adela. Los cuatro pelos de la anciana languidecían bajo el
chorro del agua al igual que los pensamientos de la joven. El jefe se acercó y
le susurró al oído: Menos champú o no te
renovaré. Entonces sintió la primera nausea, controló el asco, se acarició el
vientre. Acompañó a Doña Adela hasta el tocador con la sensación del que pierde
pie. El rostro cerúleo de Nazaret se reflejaba en el espejo. ¡Qué mala cara
tienes!, exclamó doña Adela. La joven asustada se tapó la boca. De reojo miró a
su jefe; permanecía vigilante junto al
ordenador. No estarás… El ruido del secador encubrió la voz, ocultó la esperanza.
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