Eva ese día tenía poderes. Lo sabía.
La luna, satélite acogedor en el que habitaba se lo dijo iluminando un cráter.
Entonces, tomó una de sus costillas y se la ofreció a Adán diciendo:
-¡Toma!
¡Hace mucho tiempo que quería hacer esto! ¡Lo necesitaba! Y además, he bajado
una talla, estoy mucho más delgada. A ver qué eres capaz de hacer con ella.
Adán
miró a Eva, después a la costilla sangrante y aseveró:
-¡Al
fin somos iguales! Se la daré a nuestro hijo Caín, le vendrá bien para hacer injertos
femeninos en la clínica.
-¿Femeninos?
-Bueno,
perdona, similares a tu ADN.
Y
se fueron volando en un diminuto vehículo hacia el manzanal de las serpientes.
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