A
la mujer no le resultó difícil atar al hombre de pies y manos a la butaca de su
despacho, pues lo había hecho bajo la promesa de un juego erótico al que sabía
que él no opondría la menor resistencia. Sin embargo, el rostro del hombre
cambió de súbito cuando ella comenzó a hablar y comprendió que aquel juego no le
iba a resultar lo que él entendía por placentero. Para entonces ya tenía un
esparadrapo en la boca, y ni siquiera pudo protestar.
–Siento que hayamos tenido que llegar a esto,
pero ahora no te queda más remedio que escucharme –dijo la mujer.
–Uhm, uhmmmm… –refunfuñó el hombre.
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